(Cap. primero § 2. del primer tomo del libro del abate Augustin Barruel
Memorias para servir á la historia del Jacobinismo, 1827,
transcrito con la ortografía original de la obra.)
Si Voltaire era capaz de representar en un ejército de sofistas conjurados el papel de Agamenon, d’Alembert podia representar el de Ulises. Si la comparacion parece demasiado noble, sustitúyase la de la Zorra. D’Alembert tenia las astucias, imitaba los rodeos y sabia agazaparse como este animal; él fue un sugeto que tenia mas que otro alguno derecho á ser el primogénito, y por lo mismo heredero de la inmoralidad é impiedades del patriarca Voltaire. Nunca este tuvo tanto acierto en sus elecciones como en esta de d’Alembert. Hijo ilegítimo de Fontenelle, ó, según otros, del médico Astruc, jamas supo quien fue su padre. La historia le puede dar tantos padres, cuantos podian suponer los escándalos de su madre. Claudina Alejandrina Guerin de Tencin, religiosa del monasterio de Montfleuri en el Delfinado, cansada de las virtudes de su estado, y apóstata del mismo, juntó un Paris una tertulia de ciertos literatos, á los que la buena señora llamaba sus bestias (); y de su sacrílega comunicacion con alguna de estas bestias, nació el digno primogénito del espíritu de Voltaire. Para ocultar el crimen y la infamia de su nacimiento, tuvo á bien su ex-religiosa madre desprenderse de él relegándole á los expósitos. Al principio se llamó Juan-le Rond, nombre del oratorio en el umbral de cuya puerta le hallaron envuelto en mantillas, la noche del 17 al 18 de noviembre de 1717.